Me puede el sacudido olor
de gasolina. Cuanto más lo huelo soy más aditiva. Me hierven por la sangre las
espinas de tu tiempo. El tiempo se hizo espina para acabar con el lamento. No
puedo decir lo que siento, me cuesta inventarme un cuento. Somos el ave rapaz
que vuela libre con el viento. Soy una comida sin condimento. Miento. Siento.
El oloriento perfume de tu cuerpo se desvanece como un aroma estetereo. No
puedo parar de olerlo. Es como la gasolina, pura adrenalina. Esa espina de la que antes te he hablado, lo
he proclamado. No me lo he inventado, solo lo he construido mirando hacia otro
lado. Escribo sin inspiración y con respiración agitada. Lloro cada noche con
mi almohada. Me miro y no veo nada. Somos el elixir de confianza que no escribe
alabanzas, sino enseñanzas que acarician nuestras entrañas y telarañas. Juego
con cada palabra. El sabio acecha insistente y se la labra. Escalera que sube
hacia mi pasarela. Escuela que se aprende subiendo, creciendo, sintiendo,
oliendo. Y todo huele a gasolina, insulina de este incendio.